Ep8. Los viajes del futuro
En 2019, 1.400 millones de personas viajaron por placer en todo el mundo. El turismo es una de las principales fuentes de ingresos de países como España y la previsión es que, en el futuro, viajaremos aún más. ¿Pero cómo lo haremos? ¿Qué cambios nos esperan? En este capítulo lo descubriremos de la mano de Alicia Sornosa, viajera, motera y escritora.
En este episodio de Bola de Cristal hablamos de nuestros tan deseados viajes del futuro y todo lo que rodea al turismo, una de las actividades humanas quizás más gratificantes. Un lujo de nuestro tiempo que en los países desarrollados practicamos muy a menudo y que, como todo lo que estamos viviendo, también está en pleno proceso de transformación.
Para empezar, quizás debemos reseñar que esto de viajar por placer todavía no es algo que haga todo el mundo. En 2019, por ejemplo, hubo 1.400 millones de turistas, que si comparamos con los casi 8.000 millones de humanos que poblamos la tierra, no llega ni al 20%. Esto nos marca la primera tendencia: hay margen para crecer, y mucho.
Entre los países más turísticos del mundo, es decir, los que reciben más visitantes, el primero es Francia, el segundo es España, y el tercero Estados Unidos. Francia llega a casi 90 millones, España supera los 80 y Estados Unidos algo más de 79. En cualquier caso, no es lo mismo 90 millones de turistas para Francia que para nosotros, ni siquiera queremos poner la comparativa contra un Estados Unidos. Somos muy dependientes y eso nos hace frágiles. No es una crítica, es una realidad.
Más datos. Están creciendo otros destinos turísticos que tradicionalmente eran más pequeños, como Turquía (que creció casi un 25% entre 2018 y 2019) o Tailandia. Y la verdad es que el turismo es una tendencia mundial que todos los países tratan de potenciar porque es una interesante fuente de riqueza.
La pregunta clave es cómo innovar en el sector turístico. O, por ponernos del otro lado, nosotros, como turistas, ¿qué querremos en el futuro cuando viajemos? Aquí detectamos dos tendencias:
La primera tendencia, obvia, es que cada vez somos turistas durante más tiempo. Si antes, hace una o dos generaciones, una semana en la playa eran unas vacaciones, ahora buscamos momentos de ocio y turismo casi cada semana: escapada rural, viaje de esquí, finde en la playa, puente en tal o cual ciudad. Una tendencia que viene apoyada por las facilidades para moverse (coche, avión a menor coste, etc.). Todos somos ya turistas en potencia casi cada día. Entonces, tal vez exista mucho potencial en localizaciones con características particulares pero a una o dos horas de los grandes núcleos urbanos.
La segunda tendencia es que a los turistas maduros, y no nos referimos a los de más edad, sino a los que más tiempo llevan viajando, cada vez es más difícil sorprenderles. Todo tiende a ser homogéneo y, por lo tanto, el turista intenta huir de esa etiqueta de turistas y buscar cosas nuevas, diferentes, sin explorar. Hay una vuelta quizás al origen del viajero-explorador que iba donde nadie había llegado antes.
Estas tendencias generan para nosotros dos implicaciones: una es que la tecnología nos facilita tener más tiempo para viajar (bien por tener que trabajar menos horas, bien porque nos acerca a esos sitios más rápido). Y dos, hay una oportunidad para que ese turismo “tradicional” lo llenen quienes todavía no han viajado (todos esos 6.500 millones que no viajan aún) y se abran nuevas maneras de hacer turismo.
Si hablamos de viajes en el futuro, está claro que siempre existirá el de sol y playa, el cultural, el de montaña, el de esquí en invierno, etc. Esto seguirá, al menos así lo vemos, sin embargo, lo que pensamos que cambiará es que los turistas-viajeros-exploradores, buscarán nuevas aventuras: un Everest asistido por sherpas, un viaje en moto por el desierto, un crucerito por la Antártida y, cómo no, por ejemplo, una salida a la estratosfera o incluso al espacio para ver la Tierra desde muy arriba.Parece ciencia-ficción, pero ya es algo que existe y no nos parece nada descabellado que se expanda. Se tratan de experiencias, que ya tenemos, pero que a través de tecnologías y experiencias enriquecidas se transforman y enriquecen para crear algo que experiencialmente es otra cosa; esto nos lleva a que a los viajes habrá que dotarlos de contenido.
En una vida experiencial como la que llevamos ahora en los países más desarrollados, el propósito es fundamental, y sobre todo para los millenial o los Generación ZETA que vienen por detrás. Así que en esos viajes-aventura, habrá mucho tiempo para solidaridad, o para aprender cosas nuevas (idiomas, gastronomía, costumbres de otros lugares, etc.). Pensamos que todo esto es básico, porque antes viajábamos para conocer, ahora queremos viajar para aprender. Y aquí vemos que esto del turismo puede generar un intercambio cultural del que saldrá alguna cosa buena, un aprendizaje para todas las partes.
Incidiendo en los viajes espaciales, tenemos que hablar de Space X, Virgin Galactic y demás empresas que están preparando toda la infraestructura para llevar a turistas al espacio. Parece increíble que hace solo 70 años que los viajes espaciales eran algo que parecía pura ciencia-ficción, y desde luego algo reservado a agencias gubernamentales que llevaban astronautas o cosmonautas, según el bando, al espacio. Hoy, viajar al espacio es algo de lo que ya estamos hablando, hay personas que tienen billetes comprados a un precio ridículamente alto, pero a una fracción de lo que costaba hace 30 o 40 años, y es algo que veremos crecer. Aquí nos metemos ya en una auténtica Bola de Cristal, pero igual que hay hoteles en cualquier parte del mundo, empecemos a pensar que la Luna puede ser el siguiente destino turístico para vivir una experiencia que, bueno, está lejos de cualquier otra cosa que hayamos podido siquiera imaginar.
Pensemos también que la Tierra todavía tiene muchos lugares sin explorar. Y aquí, aunque entra en juego el reto de la conservación de los recursos y cómo el turismo muchas veces actúa como un auténtico esquilmador de espacios naturales, pensemos en las cumbres más altas o las fosas más profundas, que todavía están casi vírgenes. Igual que ir al espacio era antes coto cerrado de astronautas, ir a las montañas más altas era algo reservado a montañeros. Ahora, la tecnología (oxígeno, equipamiento, ropa técnica, etc.) permite que un deportista medio pueda subir al Everest, aunque como digo esto presenta retos medioambientales. O que con un batiscafo bajemos a una fosa profunda o que nos metamos en un rompehielos para pisar la Antártida. Pero es que, al fin y al cabo, al turista occidental estas son las cosas que le van a gustar.